Mi primera chamba (como diseñador gráfico)
“Me acuerdo el día que de la chamba yo me enamoré”
Imagina esto: es 2020. Tienes 26 años, estás en tu último año de estudios y luchas contra una depresión que te consume. No has superado la pérdida de un gran amigo, acabas de salir de una relación complicada y, para colmo, el mundo parece estar desmoronándose con la pandemia. Todo es caos, dudas y desánimo.
Y justo cuando sientes que no puedes más, algo inesperado llega a tu correo. El asunto dice: “Vacante laboral”. Es un mensaje de tu universidad con una oportunidad de oro. Una chispa de esperanza que se enciende gracias a todo el esfuerzo que has invertido en tus estudios. Porque sí, esa chance no llegó por casualidad; te la ganaste destacando y demostrando tu talento.
Imagínalo: ¡te ofrecen un sueldo increíble mientras todavía estás estudiando! Suena como un sueño, ¿no? Toda esa tristeza se convierte en emoción, nervios y un poquito de miedo. Pero te dices a ti mismo: “Va, vamos a intentarlo”.
El inicio de una gran aventura
Así empezó mi vida laboral, con muchísima suerte. Era un chico sin experiencia, pero con una gran oportunidad frente a mí. Recuerdo el miedo que sentí al contactar por primera vez con quien sería mi jefe. El lugar donde se instalaría la empresa no inspiraba mucha confianza; parecía más un bar de mala muerte que una oficina. Al entrar, pensé: “Ya valí verdolaga”. Pero no fue así.
Todo estaba en orden, aunque me pusieron una prueba: crear dos logotipos como requisito para quedarme con el puesto. “Seguro es una de esas chambas donde haces el trabajo y nunca te pagan”, pensé. Y por un tiempo, lo parecía. Envié las propuestas casi de inmediato, pero no obtuve respuesta... hasta cuatro meses después. Ya había perdido la esperanza, hasta que recibí esa llamada diciendo: “Te vemos el lunes”. ¡Que felicidad! ¡Tenía mi primera chamba!
Una oportunidad llena de retos
Para ese entonces, la pandemia ya nos había encerrado en casa. Combinar la universidad con el trabajo fue posible, pero súper pesado. Mi rol era encargarme de una imprenta nueva, y lo admito: no tenía ni la más mínima idea de cómo hacerlo. Pero aprendí desde cero. Me puse a investigar, a preguntar, a experimentar, y saqué adelante cada reto.
Tuve la suerte de trabajar con un equipo que me apoyó desde el principio, aunque debo admitir algo: al inicio era un compañero muuuuy difícil. Sí, era de esos que creen que lo saben todo y tratan a los demás como si no supieran nada. (Perdón, de verdad prometo que ya no soy así).
Mi jefe fue clave en mi crecimiento. Era un líder que trataba al equipo con mucho cariño, incluso cuando cometíamos errores. Aprendí de él no solo sobre diseño, sino también sobre cómo ser un buen elemento en un equipo de trabajo y, eventualmente, un líder. Además, me insistió en algo que hasta hoy agradezco: que terminara la carrera y me titulara. De hecho, me apoyaron muchísimo en mi proyecto de titulación, tanto en ideas como en la producción de materiales.
Lo que me dejó mi primera experiencia laboral
Esa primera experiencia como diseñador gráfico fue un viaje increíble. No solo aprendí de diseño, sino también de esfuerzo, humildad y trabajo en equipo. Fue lindo, desafiante y, sobre todo, una etapa que marcó mi vida.
Si algo puedo compartirte es esto: conseguir chamba en esta profesión no es tan complicado como parece, pero depende de ti. No esperes a que te caiga un correo milagroso si no estás trabajando por sobresalir. Esfuérzate, hazte notar y sé constante.
Tu actitud puede marcar la diferencia. Yo tuve compañeros con talentos increíbles, pero algunas actitudes los alejaron de las oportunidades que yo pude aprovechar. Así que te pregunto:
¿Te vas a quedar sentado esperando? ¿O vas a moverte para lograr tus sueños?
Si yo, que estaba bien perdido, lo logré, no tengo duda de que tú también puedes. ¡Vamos a echarle ganas! 💪
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